De La desesperanza Aprendida al Cambio Esperanzador
La desesperanza aprendida
Según la desesperanza aprendida hay momentos en la vida en que creemos que algo es imposible, aun cuando haya afirmaciones que sustenten lo contrario. Hay otros, en que somos incapaces de mostrar nuestro rechazo hacia determinadas acciones que amenazan o ponen en riesgo nuestra integridad física o moral.
El término desesperanza o indefensión aprendida es fruto de las pruebas que realizó un equipo dirigido por el psicólogo Martín Seligman. Demostró que un grupo de perros sometidos a descargas eléctricas… -estímulos aversivos incontrolables- (en principio los perros no tenían otra opción) perdió la respuesta de escape.
Cuando después se le presentaron alternativas para moverse y evitar la descarga no lo hicieron. De este modo, el grupo de perros se mostraba indefenso. Sin motivación alguna para desplazarse hacia un sitio seguro. No tenían otra reacción que la de permanecer en su sitio.
A partir de estos resultados, y con estudios posteriores en humanos, se determinó que quien experimenta la desesperanza aprendida, puede ver una situación, o la vida misma, desde un estado de resignación, con un “velo” que le impide ver alternativas para alcanzar sus objetivos o para evitar aquellas situaciones en donde es agredido. Es como si se volviera cómplice de su propia situación adversa.
¿Que ocurre cuando vivimos en la desesperanza o en la indefensión?
La teoría cognitiva, una de las teorías que explican lo que Seligman denomina “estado psicológico”, afirma que se produce un déficit en tres niveles específicos: emocional, cognitivo y motivacional.
Déficit emocional: surge una serie de trastornos psicofisiológicos que pueden conducir a la depresión con las implicaciones que ello tiene. Por ejemplo, en experimentos realizados con animales que aprendieron a estar indefensos, su nivel de actividad sexual disminuyó llegando, incluso, a la impotencia.
Déficit cognitivo: en este caso hay alteraciones en algunos neurotransmisores. Esto conlleva a una ralentización del proceso de aprendizaje en ámbitos diversos de la vida. No solo en el específico donde la persona estuvo expuesta a los estímulos incontrolables. Le cuesta procesar información y comete más errores.
Déficit motivacional: la persona se muestra desmotivada y ello se traduce en comportamientos y una corporalidad característica donde predominan los movimientos lentos, posiciones de sumisión, espalda encorvada, etc. Es su forma de expresar su “si nada va a cambiar, ¿para qué lo intento?
Y es que cuando aprendemos la desesperanza, nos sentimos rendidos. Es como si un atleta declarara su derrota antes del pistoletazo de salida. La indefensión como opción única implica frustraciones constantes, a pesar de que el ámbito en el cual se vivieron las experiencias desagradables haya sido uno solo.
La persona que atraviesa por este estado generalizó una situación aversiva y filtra su realidad a través de esta lente. Entonces termina convirtiéndose en profeta del desastre. La vía es una sola y conduce indefectiblemente al fracaso. Piensa que “haga lo que haga, nada va a cambiar, así que no tiene sentido intentarlo”. La presuposición de base que le caracteriza es la predictibilidad fatalista.
Ahora bien, en un mundo donde es tan difícil predecir lo que va a suceder:
¿Porque el desesperanzado no se atreve a cuestionar sus resultados?
La respuesta está asociada con el miedo y la necesidad de no exponerse al proceso que conlleva buscar nuevos resultados. Por ello, el primer paso es fundamental. Consiste en buscar esa evidencia histórica de que sí se puede y de que “lo único constante, es el cambio”.
Antes de abordar soluciones específicas, es importante ver más allá de nuestra “realidad”. Cuando creemos que no podemos cambiar algo, hablamos de nuestra realidad, no de la naturaleza propia de las cosas. Nada es absoluto.
¿Hay casos de personas que hayan estado sometidos a la desesperanza aprendida tal como lo he estado yo?
Sí y no solo eso, sino que también superaron su situación y aprendieron a defenderse, a decir que no y a tener otra mirada con una riqueza de alternativas incluidas.
Se trata de desmontar la generalización, de particularizar entendiendo que el hecho de que nos haya sucedido algo que juzgamos como negativo, que nos haya sucedido en repetidas ocasiones no implica que tenga que ser siempre así.
Lo que piensas y lo que dices te define
Estamos determinados, entre otras cosas, por lo que pensamos y decimos. Nuestros pensamientos nos condicionan y nos hacen actuar de una u otra forma. Cuando hacemos proyecciones donde algo nos sale mal. Cuando asumimos que las cosas son como son… Estamos dando por sentado que el estado de indefensión es permanente. Sin embargo, vale la pena recordar que a la desesperanza aprendida le acompaña el apellido: “aprendida” No es una frase absoluta. Esto abre las puertas porque no nacimos así, sino que , por alguna razón lo que nos tocó vivir y que no pudimos controlar, lo aprendimos y lo hicimos parte de nuestra cotidianeidad.
La idea es que aprendamos nuevas rutas y que nos atrevamos a explorar y a cuestionar el juicio de que no tenemos control sobre nada en la vida. Se trata de pasar de la resignación a la ambición, por mucho o poco que cueste. Si no probamos la primera vez, jamás podremos guardar el registro del momento en que sí pudimos.
Somos seres de hábitos y en la medida en que practiquemos nuevas formas y las hagamos parte de nuestra rutina, entonces habremos aprendido el polo opuesto de la desesperanza o la indefensión: la esperanza.
Nada es absoluto, y es importante recordarlo, porque siempre estaremos expuestos a estímulos y hechos que no podemos controlar en ámbitos que muchas veces no imaginamos: la economía, el terrorismo, la política y un largo etcétera, que está diseñado para hacernos sentir lo más limitados posible. El optimismo y la evidencia de que sí podemos será fundamental en este tipo de casos donde sea necesario que ampliemos nuestras opciones.
Sociedades y personas diversas han vivido la desesperanza aprendida. Si ellos pudieron superarla y aprender que sí se puede, ¿por qué tú no?